viernes, 31 de agosto de 2007

Comida china

Ella llega a casa tarareando una canción de moda. Dentro del departamento sólo la espera el pequeño Harry, su pekinés de año y medio, que la recibe con un ruido que es mitad nervios y mitad reproche. Se saca el abrigo, los guantes y el sombrero. Deja sus llaves en la mesa del comedor junto con la comida china que ha traído para disfrutarla con Tom. Silencio. Llega a su dormitorio y se desnuda en diez segundos. Se queda de pie mirándose por el espejo: tiene un cuerpo perfecto y el nuevo corte de cabello hace resaltar su boca demasiado horizontal. Entra en la ducha y se toca pensando en un actor de Hollywood. No se siente culpable.
Sirve la comida china en un plato. Marca el número de Tom para saber si llegará pronto pero nadie le contesta.
Come en la cama viendo la repetición de un programa cómico que fue bueno mientras existió. Ve la hora: 1:15am. Apaga la televisión y se duerme.
Siente a Tom que la manosea con brusquedad buscando desvestirla. Huele a licor, como siempre. Ella abre los ojos, ahí está él, su pasado y su futuro. Se deja besar, acariciar, penetrar. Él la posee y ella cierra los ojos para no verlo ni a él ni a la mañana que comienza a aparecer por la ventana.

martes, 28 de agosto de 2007

El salón

Clare no deseaba que nos descubrieran dentro de la ciudad. Yo la seguía por todos lados y ella hacía como si no existiera, mostrándose incómoda y mirándome apenas, menos que con lo que se mira a un extraño que te cruzas por la calle. Ese día llegó hasta un salón y la seguí hasta allí. Me senté en una de las sillas, y al igual que a ella, me pusieron un mandil blanco alrededor del cuello. La veía a través del espejo mientras le hacían un nuevo corte de cabello, dándole una forma nueva. Una vez que terminaron con Clare, conmigo aún continuaban; ella salió, evitando verme, y yo me quedé sentado viendo cómo caían mis cabellos al suelo, formando montículos alrededor de la silla, y cuando estuvo cortado del todo, habiéndome rapado por completo, cortaron también mi piel del cráneo que se deshizo como pedazos de papel; de mi ropa solo quedaron retazos de tela y el resto de mi cuerpo quedó hecho trizas hasta que no pude ver más mi reflejo en el espejo. Quitaron el mandil que ya no se sostenía a mi cuello en señal de haber terminado. “¿Eso es todo?”, pregunté indignado. “¿No entiende que no quiero que note más mi presencia?”.

lunes, 27 de agosto de 2007

La oficina

Un escalón, dos escalones, mil escalones. Su oficina queda muy arriba - en el cuarto piso - y su estado físico no es el mejor. Se asoma. Siempre se pone nerviosa cuando va a pedir un favor, doblemente nerviosa cuando se trata de alguien a quien admira. Se asoma. Silencio gatuno. La ve, ella arregla unos papeles. Un nuevo corte de pelo enmarca su cara de ratón. Suspira. Ella, apoyada sobre el marco de la puerta, pierde equilibrio. Cae. La otra se asusta, sus papeles caen junto a la mujer que yace en el piso de su oficina. Se ríe y esa risa vale mil caídas.