Tom sale de casa con la pistola debajo de la correa del pantalón. Es un día cualquiera para él, un día en el que tendrá que volver a matar para llenar sus labios con aquel líquido mortal que va matándolo por dentro. Llega a la esquina por la que ella va a pasar. No sabe nada de ella, la única información que tiene de su nueva víctima es una foto en la que ella parece ser feliz. Es tan linda. También sabe su nombre: Claire. Ella pasará pronto. Va llegando. A él le sorprende que una mujer como ella pase por esta calle tan oscura y tan de otro mundo al de Claire. Ella lo mira, él trata de no mirarla porque así es más fácil. No puede. No puede dejar de mirarla. Ahora Claire pasa a su lado y deja un perfume que hace que Tom retorne a la infancia y se reconozca como una mejor persona. Ella también lo mira, de paso, como coqueteándole.
Tom la sigue con torpeza pues sabe que ella ya lo ha notado, pero no le importa. Ella voltea antes de entrar a casa y lo mira con lujuria. Entra y deja la puerta abierta.
Tom se detiene en el umbral y mira hacia afuera, saca la pistola y entra. Ella se está sacando la ropa, se está comenzando a tocar y, con las manos y la mirada, lo llama a su lado. Él no puede resistirse.
Después de siete años juntos Tom sabe que nunca podrá decirle que no a Claire, como esa noche, como está noche que piensa en ella después de hacerle el amor.